En lo profundo de las montañas de Ecuador, en una región olvidada por el tiempo y el progreso, vivía Juan Miguel Martínez, un hombre de 32 años con una fe inquebrantable y un corazón dispuesto a servir. Desde joven, había sentido el llamado de Dios en su vida, un llamado que lo llevó a convertirse en misionero. Su misión no era fácil; los caminos que recorría eran peligrosos y las comunidades que visitaba vivían en la sombra de la pobreza extrema y la violencia constante.
Juan Miguel dedicó su vida a llevar la palabra del evangelio a los rincones más remotos de su país. No solo predicaba; también se encargaba de conseguir ropa, alimentos e implementos de aseo para las personas más necesitadas. Se ganó la confianza y el cariño de muchos, especialmente de los jóvenes, a quienes trataba con especial esmero, guiándolos lejos de la tentación de unirse a los grupos armados que merodeaban la región.
Pero esa misma devoción que hacía de Juan Miguel un faro de esperanza, también lo convirtió en un objetivo. Los grupos armados, que veían en los jóvenes su fuente de poder y control, comenzaron a percibir al misionero como una amenaza. Juan Miguel no solo estaba salvando almas; estaba arrebatando futuros soldados de sus filas.
Las amenazas no tardaron en llegar. Al principio, fueron palabras susurradas en la oscuridad de la noche, advertencias que le instaban a abandonar su labor. Sin embargo, Juan Miguel, firme en su fe y en su propósito, decidió no prestarles atención. “Dios está conmigo”, solía decir, “y no temo al mal”.
Pero los hombres que acechaban en las sombras no compartían su fe ni su compasión. Una tarde, mientras regresaba de una de sus visitas a una comunidad lejana, Juan Miguel fue sorprendido por varios hombres armados. Lo encapucharon y lo llevaron a un lugar apartado, donde lo golpearon sin piedad. Entre los golpes y el dolor, escuchó el ultimátum: debía abandonar su misión, o de lo contrario, perdería la vida.
Herido y debilitado, Juan Miguel fue dejado a su suerte en un camino desolado. Logró arrastrarse hasta la casa de una familia que había ayudado en el pasado, quienes lo atendieron y curaron sus heridas. Una vez recuperado lo suficiente para caminar, decidió acudir a las autoridades locales. Pero la respuesta que recibió fue desalentadora: “No podemos protegerlo”, le dijeron, “lo mejor que puede hacer es irse”.
A pesar de las advertencias y el temor creciente entre sus seguidores, Juan Miguel decidió continuar con su misión. Sabía que su trabajo era vital para esas comunidades y que, sin su ayuda, muchos podrían perderse en el caos que los rodeaba. Sin embargo, la fe y la determinación que lo sostenían no fueron suficientes para detener la violencia que lo perseguía.
Una mañana, cuando salía de su humilde hogar, un hombre lo abordó. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el frío de un cuchillo atravesando su abdomen. El dolor fue insoportable, pero peor fue la comprensión que siguió: si continuaba con su misión en Ecuador, su vida llegaría a su fin.
Juan Miguel fue encontrado por un vecino, quien lo llevó de inmediato al hospital más cercano. Las heridas físicas sanaron, pero las cicatrices en su espíritu quedaron para siempre. Entendió que su tiempo en Ecuador había terminado. Con el corazón pesado, pero con la determinación de seguir sirviendo a Dios, decidió abandonar su país natal.
Con sus pocos ahorros, Juan Miguel emprendió un peligroso viaje hacia Estados Unidos, en busca de asilo y de una nueva oportunidad para continuar su labor. El camino fue largo y arduo, plagado de riesgos y momentos de incertidumbre, pero finalmente logró cruzar la frontera de Texas. El 15 de abril del 2022 logró llegar, se entregó a las autoridades fronterizas, narrando su historia de fe, sacrificio y persecución.
Fue un proceso largo y agotador, lleno de entrevistas y de la recolección de pruebas para sustentar su caso. Sin embargo, la verdad de su historia y la convicción en sus palabras le permitieron obtener el asilo. Una vez en suelo estadounidense, Juan Miguel se contactó con un grupo de misioneros que lo acogió como uno de los suyos.
Desde entonces, ha continuado su labor, ahora en un nuevo país, donde sigue llevando la palabra del evangelio y ayudando a quienes más lo necesitan. Aunque Ecuador quedó atrás, su fe y su misión siguen siendo las mismas, y Juan Miguel, el misionero valiente, continúa siendo un faro de esperanza en un mundo necesitado de luz
ENTREVISTA
Dime tu nombre, edad, estado civil, nacionalidad
R/ Mi nombre es Juan Miguel Martínez, tengo 34 años, misionero soltero y soy del Ecuador
¿Qué hacías en Ecuador?
R/ He dedicado mi vida a llevar la palabra del evangelio a los rincones más remotos de mi país. No solo predicaba; también conseguía ropa, alimentos e implementos de aseo para los más necesitados. Fue muy lindo ganarme la confianza y el cariño de las personas especialmente de los jóvenes, a quienes trataba de guiarlos alejándolos de la tentación de unirse a los grupos armados que rodean la región.
¿Por qué decides salir de tu País?
R/ Tristemente me convertí en un objetivo para los grupos armados, que veían en los jóvenes su fuente de poder y control, y me percibieron como una amenaza para su logro, fue amenazado de muerte, en una ocasión golpeado y torturado, al hacer caso omiso a sus amenazas queriendo continuar con mi labor, un día fui herido de gravedad y fue mi ultimátum, para decidir salir de mi país.
¿Cuándo y cómo llegas a Estados Unidos?
R/ El 15 de abril del 2022 llego a Estados Unidos cruzando la frontera de Texas, después de un largo y peligroso viaje, soportando fuertes temperaturas, cuidando lo poco que llevaba; me entrego a las autoridades fronterizas, les narro lo sucedido por mi labor como misionero, y finalmente llego a Tennessee.
¿Cómo llegas a Servicios Migratorios Integrales?
R/ Tenía muy claro que debía arreglar mi situación, un amigo de la congregación misionera me recomendó a Servicios Migratorios Integrales, él me contó cómo esta empresa lo había asesorado en su trámite para la residencia permanente.
¿Cómo ha sido el soporte por parte de Servicios Migratorios Integrales?
R/Ante todo muy profesional. Se interesaron mucho en mi caso y fueron muy claros en explicar como sería el proceso y mis derechos.
¿Cómo fue tu experiencia con la abogada asignada?
R/Muy buena. Siempre atenta a mi caso.
¿Recomiendas a Servicios Migratorios Integrales?
R/ Sí. Su profesionalismo y calidad humana los hace merecedores de confianza y seguridad. Gracias Servicios Migratorios Integrales.